Historias de mi vida

Triste y abatido, aquella noche regresé al hostal en donde me alojaba.

Al otro día, a las diez de la noche, debía de coger el autobús en la estación Rodoviaria para volver a Uruguay. Los cien cruzeiros que Rodolfo me había prestado eran el salvavidas que me mantenía medianamente optimista.

Entristecido, intentando reavivar en mí nuevas ilusiones, cerré los ojos como evitando darme cuenta de que estaba retornando al lugar desde donde había partido. ¡Qué difícil resultaba romper las amarras y volar libremente!

En de la soledad de la noche y envuelto en el frío de mi alma, intentaba dormirme, pero no lo conseguía. El ruido del motor del autobús y los gritos de mis pensamientos me mantenían despierto. Mi único anhelo en esos momentos era el poder dejar de pensar. De vez en cuando miraba por la ventanilla hacia el cielo oscuro, donde las estrellas, como obedeciendo a una orden divina, caminaban sin cesar por sus sendas ya establecidas. Todas tenían un destino definido alrededor del cual giraban.  Pero yo, ¡yo no tenía nada esa noche! No sabía qué sería de mi vida tras mi regreso a Montevideo.

La fortuna, que en un comienzo parecía generosa conmigo, me había jugado una mala pasada. Esto era casi en lo único en que pensaba.

Dios misterioso que te escondes en lo profundo del cielo:

¿Hacia dónde me llevas?  Hay momentos en los que no te comprendo.

¿Por qué no me marcas un camino como a las estrellas?

Amo la libertad y sin embargo hay momentos en los que deseo que me sujetes a un futuro cargado de seguridades, pero tú, desoyendo mis deseos, no le das ninguna importancia a mi vida y me dejas librado al azar de cada día.

¿Hasta cuándo debo vivir así, de este modo tan errante?

La respuesta llegó a mi alma muy sutilmente. No supe discernir si había surgido desde lo más profundo de mí o si había llegado desde alguna estrella lejana.

“Las personas que solo piensan en sí mismas nunca descubrirán su camino. Tus deseos son tus miedos, pero esto solo lo comprenderás cuando acalles tu mente y vivas desde el centro de tú corazón.”

Lentamente fui cayendo en un dulce sueño que se fue interrumpido por la voz del conductor.

—¡Diez minutos de parada! —dijo en portugués.

A pesar de encontrarme cansado y somnoliento, decidí descender del autobús para estirar las piernas. El aire fresco y limpio de la madrugada inundó mis pulmones de una fragancia difícil de olvidar. La noche lucía cubierta de brillantes estrellas.

Me alejé unos metros del restaurante hacia unos árboles que estaban detrás del parador.  Un grillo solitario, escondido entre la maleza, cantaba a la luz de la luna. Me detuve junto a unos arbustos para escuchar su solitaria melodía.

De pronto, el grillo, como percatándose de mi presencia, cesó su canto durante unos breves instantes. Al cabo de unos minutos, volví a oírlo, pero esta vez su grillar me sonaba a palabras dirigidas a mí, la cuales resonaban en mis sienes de forma telepática:

—¿Quién eres? —me preguntó con su cri cri.

—Soy Juan y voy de regreso hacia Montevideo —le respondí.

—¿Por qué estás tan triste?

Sorprendido y molesto por su pregunta, le repliqué:

—¿Y tú cómo sabes que estoy triste?

—Percibo la pena en tu voz.

—¿Sabes qué me ocurre? Busco un camino para mi vida y no lo encuentro.

Empecinado en hurgar en mi interior, aquel insignificante personaje no cejaba en su empeño de obtener respuestas.

—¿Por qué estás buscando un camino?

—Quiero sentirme seguro, por eso lo busco.

—Solo los tontos buscan algo seguro.

—¿En verdad crees que es así?

—Pregúntale a tu Alma, ella te lo explicará mejor que yo.

Ante su contundente respuesta, me quedé sin saber qué responder. Sus palabras, mezcladas con mis sentimientos, discutían acaloradamente mientras yo permanecía en silencio. Un minuto más tarde, luego de aquel breve colapso, reaccioné.

—¿Sabes que me sucede, amigo? —dije—.  Mi Alma no habla conmigo desde hace mucho tiempo. Estoy tan ocupado con mis problemas que cuando intento hablar con ella, no lo consigo. Es como si se hubiese alejado de mí y me hubiese dejado solo. ¿Qué debo hacer?

Luego de reflexionar unos instantes, su voz volvió a resonar:

—Dile al guardián que habita en tu mente que libere tu Alma de los pensamientos que la mantienen prisionera.

Sus palabras sonaron proféticas.

—Se lo diré, puede que tengas razón.

—Perderás el autobús.

Volví a tomar consciencia de dónde me encontraba. El autobús, presto a partir, jadeaba y ensuciaba la claridad nocturna con sus bocanadas de humo, grises y pestilentes. Volví la cabeza hacia la espesa maleza intentando adivinar el escondite de mi interlocutor.

En voz alta y apremiado por la prisa, dejé aflorar mis sentimientos en medio de una congoja que me oprimía el pecho:

—Amigo, tal vez nunca más volvamos a encontrarnos; sin embargo, tú desinteresado amor hacia mí jamás abandonará mi corazón. Gracias por ayudarme. ¡Hasta siempre!

La noche, el rocío, las estrellas, el pequeño grillo, todo lo mágico y transcendente de la existencia estaban allí presentes, llamando a mi corazón para que despertase de su amargo y negativo sueño.

La consciencia de sentirme lleno de vida otra vez me hizo elevar los ojos hacia el infinito. De mis labios partió una flecha hacia el firmamento, llevando la sagrada palabra que había olvidado:

¡Gracias, Vida mía!

La luna, cómplice del misterio que encerraba la noche, me esbozó con picardía una menguante sonrisa. Me sentía feliz nuevamente.

@Juan Vladimir

Octubre 1997

Triste y abatido, aquella noche regresé al hostal en donde me alojaba.

Al otro día, a las diez de la noche, debía de coger el autobús en la estación Rodoviaria para volver a Uruguay. Los cien cruzeiros que Rodolfo me había prestado eran el salvavidas que me mantenía medianamente optimista.

Entristecido, intentando reavivar en mí nuevas ilusiones, cerré los ojos como evitando darme cuenta de que estaba retornando al lugar desde donde había partido. ¡Qué difícil resultaba romper las amarras y volar libremente!

En de la soledad de la noche y envuelto en el frío de mi alma, intentaba dormirme, pero no lo conseguía. El ruido del motor del autobús y los gritos de mis pensamientos me mantenían despierto. Mi único anhelo en esos momentos era el poder dejar de pensar. De vez en cuando miraba por la ventanilla hacia el cielo oscuro, donde las estrellas, como obedeciendo a una orden divina, caminaban sin cesar por sus sendas ya establecidas. Todas tenían un destino definido alrededor del cual giraban.  Pero yo, ¡yo no tenía nada esa noche! No sabía qué sería de mi vida tras mi regreso a Montevideo.

La fortuna, que en un comienzo parecía generosa conmigo, me había jugado una mala pasada. Esto era casi en lo único en que pensaba.

Dios misterioso que te escondes en lo profundo del cielo:

¿Hacia dónde me llevas?  Hay momentos en los que no te comprendo.

¿Por qué no me marcas un camino como a las estrellas?

Amo la libertad y sin embargo hay momentos en los que deseo que me sujetes a un futuro cargado de seguridades, pero tú, desoyendo mis deseos, no le das ninguna importancia a mi vida y me dejas librado al azar de cada día.

¿Hasta cuándo debo vivir así, de este modo tan errante?

La respuesta llegó a mi alma muy sutilmente. No supe discernir si había surgido desde lo más profundo de mí o si había llegado desde alguna estrella lejana.

“Las personas que solo piensan en sí mismas nunca descubrirán su camino. Tus deseos son tus miedos, pero esto solo lo comprenderás cuando acalles tu mente y vivas desde el centro de tú corazón.”

Lentamente fui cayendo en un dulce sueño que se fue interrumpido por la voz del conductor.

—¡Diez minutos de parada! —dijo en portugués.

A pesar de encontrarme cansado y somnoliento, decidí descender del autobús para estirar las piernas. El aire fresco y limpio de la madrugada inundó mis pulmones de una fragancia difícil de olvidar. La noche lucía cubierta de brillantes estrellas.

Me alejé unos metros del restaurante hacia unos árboles que estaban detrás del parador.  Un grillo solitario, escondido entre la maleza, cantaba a la luz de la luna. Me detuve junto a unos arbustos para escuchar su solitaria melodía.

De pronto, el grillo, como percatándose de mi presencia, cesó su canto durante unos breves instantes. Al cabo de unos minutos, volví a oírlo, pero esta vez su grillar me sonaba a palabras dirigidas a mí, la cuales resonaban en mis sienes de forma telepática:

—¿Quién eres? —me preguntó con su cri cri.

—Soy Juan y voy de regreso hacia Montevideo —le respondí.

—¿Por qué estás tan triste?

Sorprendido y molesto por su pregunta, le repliqué:

—¿Y tú cómo sabes que estoy triste?

—Percibo la pena en tu voz.

—¿Sabes qué me ocurre? Busco un camino para mi vida y no lo encuentro.

Empecinado en hurgar en mi interior, aquel insignificante personaje no cejaba en su empeño de obtener respuestas.

—¿Por qué estás buscando un camino?

—Quiero sentirme seguro, por eso lo busco.

—Solo los tontos buscan algo seguro.

—¿En verdad crees que es así?

—Pregúntale a tu Alma, ella te lo explicará mejor que yo.

Ante su contundente respuesta, me quedé sin saber qué responder. Sus palabras, mezcladas con mis sentimientos, discutían acaloradamente mientras yo permanecía en silencio. Un minuto más tarde, luego de aquel breve colapso, reaccioné.

—¿Sabes que me sucede, amigo? —dije—.  Mi Alma no habla conmigo desde hace mucho tiempo. Estoy tan ocupado con mis problemas que cuando intento hablar con ella, no lo consigo. Es como si se hubiese alejado de mí y me hubiese dejado solo. ¿Qué debo hacer?

Luego de reflexionar unos instantes, su voz volvió a resonar:

—Dile al guardián que habita en tu mente que libere tu Alma de los pensamientos que la mantienen prisionera.

Sus palabras sonaron proféticas.

—Se lo diré, puede que tengas razón.

—Perderás el autobús.

Volví a tomar consciencia de dónde me encontraba. El autobús, presto a partir, jadeaba y ensuciaba la claridad nocturna con sus bocanadas de humo, grises y pestilentes. Volví la cabeza hacia la espesa maleza intentando adivinar el escondite de mi interlocutor.

En voz alta y apremiado por la prisa, dejé aflorar mis sentimientos en medio de una congoja que me oprimía el pecho:

—Amigo, tal vez nunca más volvamos a encontrarnos; sin embargo, tú desinteresado amor hacia mí jamás abandonará mi corazón. Gracias por ayudarme. ¡Hasta siempre!

La noche, el rocío, las estrellas, el pequeño grillo, todo lo mágico y transcendente de la existencia estaban allí presentes, llamando a mi corazón para que despertase de su amargo y negativo sueño.

La consciencia de sentirme lleno de vida otra vez me hizo elevar los ojos hacia el infinito. De mis labios partió una flecha hacia el firmamento, llevando la sagrada palabra que había olvidado:

¡Gracias, Vida mía!

La luna, cómplice del misterio que encerraba la noche, me esbozó con picardía una menguante sonrisa. Me sentía feliz nuevamente.

@Juan Vladimir

Octubre 1997

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