El día había llegado arrullado por una suave y fresca brisa que provenía del sudeste. Las ramas del frondoso limonero se mecían debido al peso de sus frutos, mientras que las margaritas, enjauladas en un cantero verde, suspiraban aliviadas al ver que el sol se asomaba por el horizonte.
Los pájaros llevaban ya varias horas cantando alegremente, yendo y viniendo de sus nidos mientras recogían el alimento para el día. Algunos chillaban, otros, tímidos y pequeños, volaban casi desapercibidos.
En los fondos del jardín, casi tocando la alambrada, los eucaliptos se alzaban majestuosos. Sus troncos delataban el paso del tiempo y sus cortezas arrugadas como antiguos pergaminos se desprendían quebradizas de sus gruesos cuerpos. Sus melenas largas, verdes y de perfumadas hojas se mecían esparciendo una sensación de frescura y vitalidad.
Un poco más allá, dos rosales exhibían sus serenas bellezas y exhalaban el perfume que representaba el misterio de sus hermosuras.
Detrás de los rosales, dos pequeñas palmeras de hojas puntiagudas se abanicaban mutuamente. A sus pies, las hormigas, corrían incansables por sus senderos, trasmitiendo la sensación de que el trabajo estaba organizado de antemano. Resultaba asombroso el observarlas en sus prisas sin extraviarse del camino predefinido.
De tanto en tanto, el inconfundible ladrido de Sultán, el perro del caserío vecino, resquebrajaba aquel silencio divino. Con sus frenéticos ladridos anunciaba la presencia de cualquier visitante foráneo.
La naturaleza —silenciosa voz del Infinito— aquella mañana revoloteaba como una gigantesca noria despertando a la vida a todos los seres.
El ritual de aquel amanecer no se diferenciaba en mucho al de otros días.
Sentado bajo el alero del porche, contemplaba extasiado el devenir de las primeras luces mientras que mis manos sujetaban la taza desde la cual manaba el inconfundible aroma de las hierbas que tanto me gustaban.
El pan a esas horas de la mañana tenía un sabor diferente; era la vida misma transformada en rebanadas de corteza y miga despertando mis sentidos y mi gratitud por estar vivo.
De vez en cuando, mi mano, en un gesto solidario, arrojaba un puñado de migas a cierta distancia de mis pies. Entonces, los pájaros se acercaban como si me conociesen de siempre y sin demora reemprendían el vuelo cargando en sus picos aquellos trocitos de pan.
Todas las mañanas, Tito, el vendedor de periódicos del pueblo vecino, montado en su vieja bicicleta, recorría el vecindario repartiendo los ejemplares del día.
Algunas veces llegaba más tarde que de costumbre y era entonces cuando anunciaba a viva voz algunas noticias que él mismo inventaba, haciendo con ello que todos los vecinos riesen o se preocupasen según por lo que Tito anunciaba.
Aquella mañana, como siempre, me sumergí en la lectura de aquellas hojas tintadas de grises que hablaban de la condición humana y sus circunstancias.
Nuevamente, las guerras sin sentido aparecían en la portada, compartiendo espacio con el hambre, fotografiada sin pudor junto a las luchas raciales.
En otras columnas, las incompresibles cifras de los beneficios de las empresas que crecían y decrecían sin importar las personas, ocupaban gran parte de aquellas páginas.
Las injusticias justificadas en los discursos de los políticos, sus mentiras y promesas se disputaban las primeras planas.
Todas las emociones y contradicciones de la condición humana reproducidas en diferentes situaciones, a veces inverosímiles, afloraban cada día en aquellas hojas de papel, una y otra vez.
Algunas páginas del periódico estaban colmadas de anuncios de compra y venta de miles de artículos; en otras, se ofrecían los servicios de compañía y sexo sin ningún tapujo.
Todo se vendía, todo tenía un precio para la condición humana.
En otra página, en la cual solía detenerme para leer y reflexionar, estaban las esquelas. Algunas eran tan pequeñas que apenas podían leerse; otras tenían un símbolo diminuto en el centro, una cruz o una estrella; otras estaban recuadradas con líneas gruesas para no pasar desapercibidas.
De tanto en tanto, me acercaba a los labios aquel bendito té que me recordaba mi presencia en el presente.
Mis ojos deambulaban por los monótonos grises de las páginas, hasta que se posaron en un anuncio enmarcado en un recuadro, pero que no llevaba ningún símbolo, y ello me llamó la atención.
Debido a los rayos del sol, entrecerré los ojos y al volver a abrirlos me pareció ver ¡mi nombre allí escrito! ¡Sin duda, lo era!
Mi respiración se agitó bruscamente, en un acto reflejo para acompasarse con los latidos de mi corazón, y entonces mi consciencia comenzó a diluirse como si cayera en un abismo sin fondo.
Mi presencia comenzó a perderse en la etérea sensación de la nada… Mis ojos humedecidos, encandilados por los rayos de la luz, luchaban sorprendidos abriéndose y cerrándose debido a la hiriente claridad solar.
Desprevenido y desoyendo mis amenazantes pensamientos, comencé a leer las esquelas que estaban al lado de aquella donde me había parecido leer mi nombre:
Falleció víctima de las circunstancias adversas Mi Ego al descubrir que no podía controlar las cosas.
Falleció víctima del tiempo Mi Temor al percatarse de su condenada ilusión.
Falleció en su momento preciso Mi Ambición al haberse percatado del sin sentido de su ciego esfuerzo.
Falleció víctima de la sorpresa El Buscador que habitaba en mí al darse cuenta de que realmente no hay nada que buscar.
Falleció víctima de la realidad El Actor aquel que representabaen su día a día un pobre papel para hallar reconocimiento.
Falleció víctima de la humildad El Juez al tomar consciencia de su ignorancia.
¡Entonces, tras leerlas, comencé a llorar! Las lágrimas surcaban mis mejillas buscando huir de la congoja que anudaba mi garganta…
Lentamente, todas las máscaras que durante tanto tiempo habían formado parte de mi aparente identidad comenzaron a caer una a una, sin dolor, sin reproches, sin pasados que las justificasen.
La comprensión irradiaba su luz tenue y acallaba mis pensamientos y mi raciocinio. La Eternidad silenciosa asomó su rostro…
Mis manos temblorosas comenzaron a plegar despacio las enormes hojas de papel. Mis ojos humedecidos se alzaron y volvieron a contemplar el limonero…Y entonces ¡sonrieron!, se detuvieron por un instante en los dos rosales…y agradecieron en silencio.
Todo permanecía como el primer día. Todos los seres que conformaban aquel pequeño jardín continuaban sus existencias como si nada extraordinario sucediese, porque probablemente sus Esencias ya conocían el secreto… o tal vez porque no fuera tan importante.
Quizá la vida fuera más sencilla, y mi Alma ahora lo sabía.
@Juan Vladimir
Julio 2016
El día había llegado arrullado por una suave y fresca brisa que provenía del sudeste. Las ramas del frondoso limonero se mecían debido al peso de sus frutos, mientras que las margaritas, enjauladas en un cantero verde, suspiraban aliviadas al ver que el sol se asomaba por el horizonte.
Los pájaros llevaban ya varias horas cantando alegremente, yendo y viniendo de sus nidos mientras recogían el alimento para el día. Algunos chillaban, otros, tímidos y pequeños, volaban casi desapercibidos.
En los fondos del jardín, casi tocando la alambrada, los eucaliptos se alzaban majestuosos. Sus troncos delataban el paso del tiempo y sus cortezas arrugadas como antiguos pergaminos se desprendían quebradizas de sus gruesos cuerpos. Sus melenas largas, verdes y de perfumadas hojas se mecían esparciendo una sensación de frescura y vitalidad.
Un poco más allá, dos rosales exhibían sus serenas bellezas y exhalaban el perfume que representaba el misterio de sus hermosuras.
Detrás de los rosales, dos pequeñas palmeras de hojas puntiagudas se abanicaban mutuamente. A sus pies, las hormigas, corrían incansables por sus senderos, trasmitiendo la sensación de que el trabajo estaba organizado de antemano. Resultaba asombroso el observarlas en sus prisas sin extraviarse del camino predefinido.
De tanto en tanto, el inconfundible ladrido de Sultán, el perro del caserío vecino, resquebrajaba aquel silencio divino. Con sus frenéticos ladridos anunciaba la presencia de cualquier visitante foráneo.
La naturaleza —silenciosa voz del Infinito— aquella mañana revoloteaba como una gigantesca noria despertando a la vida a todos los seres.
El ritual de aquel amanecer no se diferenciaba en mucho al de otros días.
Sentado bajo el alero del porche, contemplaba extasiado el devenir de las primeras luces mientras que mis manos sujetaban la taza desde la cual manaba el inconfundible aroma de las hierbas que tanto me gustaban.
El pan a esas horas de la mañana tenía un sabor diferente; era la vida misma transformada en rebanadas de corteza y miga despertando mis sentidos y mi gratitud por estar vivo.
De vez en cuando, mi mano, en un gesto solidario, arrojaba un puñado de migas a cierta distancia de mis pies. Entonces, los pájaros se acercaban como si me conociesen de siempre y sin demora reemprendían el vuelo cargando en sus picos aquellos trocitos de pan.
Todas las mañanas, Tito, el vendedor de periódicos del pueblo vecino, montado en su vieja bicicleta, recorría el vecindario repartiendo los ejemplares del día.
Algunas veces llegaba más tarde que de costumbre y era entonces cuando anunciaba a viva voz algunas noticias que él mismo inventaba, haciendo con ello que todos los vecinos riesen o se preocupasen según por lo que Tito anunciaba.
Aquella mañana, como siempre, me sumergí en la lectura de aquellas hojas tintadas de grises que hablaban de la condición humana y sus circunstancias.
Nuevamente, las guerras sin sentido aparecían en la portada, compartiendo espacio con el hambre, fotografiada sin pudor junto a las luchas raciales.
En otras columnas, las incompresibles cifras de los beneficios de las empresas que crecían y decrecían sin importar las personas, ocupaban gran parte de aquellas páginas.
Las injusticias justificadas en los discursos de los políticos, sus mentiras y promesas se disputaban las primeras planas.
Todas las emociones y contradicciones de la condición humana reproducidas en diferentes situaciones, a veces inverosímiles, afloraban cada día en aquellas hojas de papel, una y otra vez.
Algunas páginas del periódico estaban colmadas de anuncios de compra y venta de miles de artículos; en otras, se ofrecían los servicios de compañía y sexo sin ningún tapujo.
Todo se vendía, todo tenía un precio para la condición humana.
En otra página, en la cual solía detenerme para leer y reflexionar, estaban las esquelas. Algunas eran tan pequeñas que apenas podían leerse; otras tenían un símbolo diminuto en el centro, una cruz o una estrella; otras estaban recuadradas con líneas gruesas para no pasar desapercibidas.
De tanto en tanto, me acercaba a los labios aquel bendito té que me recordaba mi presencia en el presente.
Mis ojos deambulaban por los monótonos grises de las páginas, hasta que se posaron en un anuncio enmarcado en un recuadro, pero que no llevaba ningún símbolo, y ello me llamó la atención.
Debido a los rayos del sol, entrecerré los ojos y al volver a abrirlos me pareció ver ¡mi nombre allí escrito! ¡Sin duda, lo era!
Mi respiración se agitó bruscamente, en un acto reflejo para acompasarse con los latidos de mi corazón, y entonces mi consciencia comenzó a diluirse como si cayera en un abismo sin fondo.
Mi presencia comenzó a perderse en la etérea sensación de la nada… Mis ojos humedecidos, encandilados por los rayos de la luz, luchaban sorprendidos abriéndose y cerrándose debido a la hiriente claridad solar.
Desprevenido y desoyendo mis amenazantes pensamientos, comencé a leer las esquelas que estaban al lado de aquella donde me había parecido leer mi nombre:
Falleció víctima de las circunstancias adversas Mi Ego al descubrir que no podía controlar las cosas.
Falleció víctima del tiempo Mi Temor al percatarse de su condenada ilusión.
Falleció en su momento preciso Mi Ambición al haberse percatado del sin sentido de su ciego esfuerzo.
Falleció víctima de la sorpresa El Buscador que habitaba en mí al darse cuenta de que realmente no hay nada que buscar.
Falleció víctima de la realidad El Actor aquel que representabaen su día a día un pobre papel para hallar reconocimiento.
Falleció víctima de la humildad El Juez al tomar consciencia de su ignorancia.
¡Entonces, tras leerlas, comencé a llorar! Las lágrimas surcaban mis mejillas buscando huir de la congoja que anudaba mi garganta…
Lentamente, todas las máscaras que durante tanto tiempo habían formado parte de mi aparente identidad comenzaron a caer una a una, sin dolor, sin reproches, sin pasados que las justificasen.
La comprensión irradiaba su luz tenue y acallaba mis pensamientos y mi raciocinio. La Eternidad silenciosa asomó su rostro…
Mis manos temblorosas comenzaron a plegar despacio las enormes hojas de papel. Mis ojos humedecidos se alzaron y volvieron a contemplar el limonero…Y entonces ¡sonrieron!, se detuvieron por un instante en los dos rosales…y agradecieron en silencio.
Todo permanecía como el primer día. Todos los seres que conformaban aquel pequeño jardín continuaban sus existencias como si nada extraordinario sucediese, porque probablemente sus Esencias ya conocían el secreto… o tal vez porque no fuera tan importante.
Quizá la vida fuera más sencilla, y mi Alma ahora lo sabía.
@Juan Vladimir
Julio 2016