Historias de mi vida

cronología  para leer: 

Un dialogo con la muerte / mi encuentro con ella parte 1º y parte 2º

Al cabo de poco más de dos años de aquella tormenta durante la cual tuvo lugar nuestro primer encuentro, la vida quiso que nuestros caminos se volvieran a cruzar.

—¡Hola! ¿Te recuerdas de mí? 

—Sí, claro. 

—¿Sabes quién soy? ¿Me reconoces? 

—¿Cómo no voy a reconocerte?  Eres la Muerte. 

—Pensé que no querrías ni mirarme.

—No entiendo por qué pensabas eso, Muerte, no tengo motivos para ello.

—Me sorprende tu actitud, Juan. Estoy tan habituada a que la mayoría de los seres humanos me teman y aborrezcan, y tanto más si algún día me presenté de forma inesperada en sus Vidas… 

—¡Me haces sonreír, Muerte! Parece que tú relación con los seres humanos está limitando tu comprensión y no te das cuenta de ello. Mira, Muerte, yo siempre he percibido tu presencia y, es más, en muchas ocasiones he alertado a mis hermanos para que no perdieran sus conciencias de la finitud inevitable de la realidad terrestre.

—Sinceramente, me extraña tu asombrosa comprensión, Juan, pero dime, ¿no formas también parte de la misma especie?

—¡Ay, Muerte! Creo que también has perdido parte de tu memoria y sano juicio. ¡Claro que formo parte de la misma especie! Eso es indudable, pero también, Muerte, hay algo de lo que soy plenamente consciente, y es de que mi existencia en este plano es una efímera ilusión, y que por necesidad de La Obra se vuelve aparentemente real. Tan real mi existencia, Muerte, como este maravilloso, frágil y perfecto cuerpo que me permite merodear por este presente y compartir esta dimensión junto a mis semejantes. Tan genuina también mi apariencia, Muerte, como la prodigiosa mente que me relaciona con esta existencia terrena, y tan asombrosamente evidente mi presencia, como el incansable corazón que late en mi pecho y que enriquece y amplía mi capacidad de sentir. Pero mi Esencia, Muerte, mi Esencia inmaculada permanece expectante, más allá de todo.

—¿Sabes, Juan? Algunas veces, cuando dialogo contigo, tengo una extraña sensación, como si te compadecieras de mí, y me recuerda nuestro primer encuentro.

—No, Muerte, yo no me compadezco de ti, no te confundas, simplemente percibo tu soledad y la incomprensión que gira en torno a ti. Y además, Muerte, aunque fuese cierto lo que tú dices y realmente me compadeciera de ti:

¿Por qué no podría hacerlo?

¿No estás ligada a esta Tierra al igual que yo?

¿Acaso no formamos parte de la misma Esencia?

Además, ¿quién soy yo para juzgarte?

—Me asombra que pienses de este modo, Juan, la mayoría de los seres humanos no piensa ni siente como tú.

—Comprendo perfectamente que no puedan hacerlo, Muerte

—¿Cuál es el secreto que te ha llevado a pensar de este modo?

—No existe tal secreto, Muerte, se trata simplemente de detenerse por un instante y observar, observar el Ciclo Eterno, que se repite constantemente; nada hay de misterioso en ello.

—Pero si es tan sencillo como tú dices, ¿por qué la gente no se detiene, aunque más no sea un momento, en su vida?

—¡Ay, Muerte! ¿Cómo eres tan ingenua?  ¿No te das cuenta de que es el temor el que no les permite detenerse?

—¿A que temor te refieres, Juan? ¿Al temor de perder lo que creen que son sus pertenencias? Si es esto lo que temen, realmente me dejas desconcertada.

—Muerte, tal vez para ti todo resulte más sencillo, porque tú nada necesitas para sentir que existes, pero no todos pueden sentir lo mismo que tú.

—El temor de “no ser” alguien o algo en esta vida es lo que lleva a los seres humanos a intentar acumular durante toda su existencia infinidad de cosas, tanto materiales como intangibles, pero cosas, Muerte, efímeras al fin por la simple condición de ser acumulables. Por lo general, Muerte, todo lo que atesoran se transforma con el tiempo en un pesado y tirano yugo que doblega cruelmente sus fatigadas espaldas y, si observas, verás que muchos de mis semejantes llevan impreso en sus rostros indelebles cicatrices de vetustas frustraciones.

—Juan, me gustaría hablar sobre tu hijo. Dime una cosa, ¿no sientes rabia porque haya venido a buscarlo tan pronto? ¿No sientes dolor? ¿No me odias como todos? ¿No piensas que he sido injusta?

—Muerte, te creía más sabia. Por momentos, cuanto más me preguntas, más me decepcionas, hasta me pareces humana. Mira, déjame decirte una cosa: yo no siento que tú me hayas quitado a “mi” hijo, el no era de mi propiedad, sino una hoja más del Gran Árbol que todos conformamos.

Es cierto que él había brotado de mí ser, eso no te lo discuto. También es verdad que había florecido en los poros de mi piel y que me llenaba de sentimientos buenos y de tibia ternura, pero también hay algo, Muerte, que debes saber y es que el aliento que lo hizo nacer y crecer y que a mí me sustenta, no es exclusivo de mi persona.

Por lo tanto, Muerte, no he sido yo su gestor ni su dueño, he sido simplemente el elemento mediante el cual la Vida se ha expresado.

Muerte, dime, ¿tú crees que puedo presumir de que algo realmente pueda ser de mi propiedad? ¿Existe alguna cosa o alguien que pueda hacerme sentir que yo soy su dueño?

¿No soy acaso, Muerte, una simple hoja de una pequeña rama del Gran Árbol, ¿y que un día cualquiera también caeré?

¿Y no será el vacío que provoque mi caída, el que permita que el Gran Árbol vuelva a florecer?

Y mi desintegración en la Tierra, ¿no será el elemento que posibilite mi regreso a la savia que alimenta al Gran Árbol?

Por lo tanto, Muerte, ¿no te parece absurdo que a causa de mi egoísmo intente detener las estaciones, calmar al viento y desviar al Sol de su camino? Y, además, Muerte, ¿quién soy yo para intentar detener este Ciclo Eterno en el cual existo?

Ahora soy yo el que desea preguntarte algo que he descubierto hurgando en el vacío de mi mente. ¿Qué crees que es el dolor para los seres humanos, Muerte? ¿Te lo has preguntado alguna vez?

Su dolor, Muerte, es simplemente la resistencia que ofrecen a la realidad, ¿puedes comprenderlo?

—¡Claro que puedo comprenderlo, Juan! Continuamente lo observo en sus rostros cuando vengo a recogerlos. ¿Sabes, Juan? Hubo ocasiones en las que he llegado a sentir pena por algunos de ellos al ver cómo sufrían al desprenderse de lo que creían que era suyo.

—Ya lo decía yo, Muerte. ¡Eres más humana de lo que pareces!

—Oye, ¿no te importa salir de este lugar, Juan? ¿Por qué no vamos a caminar un poco?

—¡Sí! Vamos, estaremos mejor.

@Juan Vladimir

Febrero 1999

 

 

cronología  para leer: 

Un dialogo con la muerte / mi encuentro con ella parte 1º y parte 2º

Al cabo de poco más de dos años de aquella tormenta durante la cual tuvo lugar nuestro primer encuentro, la vida quiso que nuestros caminos se volvieran a cruzar.

—¡Hola! ¿Te recuerdas de mí? 

—Sí, claro. 

—¿Sabes quién soy? ¿Me reconoces? 

—¿Cómo no voy a reconocerte?  Eres la Muerte. 

—Pensé que no querrías ni mirarme.

—No entiendo por qué pensabas eso, Muerte, no tengo motivos para ello.

—Me sorprende tu actitud, Juan. Estoy tan habituada a que la mayoría de los seres humanos me teman y aborrezcan, y tanto más si algún día me presenté de forma inesperada en sus Vidas… 

—¡Me haces sonreír, Muerte! Parece que tú relación con los seres humanos está limitando tu comprensión y no te das cuenta de ello. Mira, Muerte, yo siempre he percibido tu presencia y, es más, en muchas ocasiones he alertado a mis hermanos para que no perdieran sus conciencias de la finitud inevitable de la realidad terrestre.

—Sinceramente, me extraña tu asombrosa comprensión, Juan, pero dime, ¿no formas también parte de la misma especie?

—¡Ay, Muerte! Creo que también has perdido parte de tu memoria y sano juicio. ¡Claro que formo parte de la misma especie! Eso es indudable, pero también, Muerte, hay algo de lo que soy plenamente consciente, y es de que mi existencia en este plano es una efímera ilusión, y que por necesidad de La Obra se vuelve aparentemente real. Tan real mi existencia, Muerte, como este maravilloso, frágil y perfecto cuerpo que me permite merodear por este presente y compartir esta dimensión junto a mis semejantes. Tan genuina también mi apariencia, Muerte, como la prodigiosa mente que me relaciona con esta existencia terrena, y tan asombrosamente evidente mi presencia, como el incansable corazón que late en mi pecho y que enriquece y amplía mi capacidad de sentir. Pero mi Esencia, Muerte, mi Esencia inmaculada permanece expectante, más allá de todo.

—¿Sabes, Juan? Algunas veces, cuando dialogo contigo, tengo una extraña sensación, como si te compadecieras de mí, y me recuerda nuestro primer encuentro.

—No, Muerte, yo no me compadezco de ti, no te confundas, simplemente percibo tu soledad y la incomprensión que gira en torno a ti. Y además, Muerte, aunque fuese cierto lo que tú dices y realmente me compadeciera de ti:

¿Por qué no podría hacerlo?

¿No estás ligada a esta Tierra al igual que yo?

¿Acaso no formamos parte de la misma Esencia?

Además, ¿quién soy yo para juzgarte?

—Me asombra que pienses de este modo, Juan, la mayoría de los seres humanos no piensa ni siente como tú.

—Comprendo perfectamente que no puedan hacerlo, Muerte

—¿Cuál es el secreto que te ha llevado a pensar de este modo?

—No existe tal secreto, Muerte, se trata simplemente de detenerse por un instante y observar, observar el Ciclo Eterno, que se repite constantemente; nada hay de misterioso en ello.

—Pero si es tan sencillo como tú dices, ¿por qué la gente no se detiene, aunque más no sea un momento, en su vida?

—¡Ay, Muerte! ¿Cómo eres tan ingenua?  ¿No te das cuenta de que es el temor el que no les permite detenerse?

—¿A que temor te refieres, Juan? ¿Al temor de perder lo que creen que son sus pertenencias? Si es esto lo que temen, realmente me dejas desconcertada.

—Muerte, tal vez para ti todo resulte más sencillo, porque tú nada necesitas para sentir que existes, pero no todos pueden sentir lo mismo que tú.

—El temor de “no ser” alguien o algo en esta vida es lo que lleva a los seres humanos a intentar acumular durante toda su existencia infinidad de cosas, tanto materiales como intangibles, pero cosas, Muerte, efímeras al fin por la simple condición de ser acumulables. Por lo general, Muerte, todo lo que atesoran se transforma con el tiempo en un pesado y tirano yugo que doblega cruelmente sus fatigadas espaldas y, si observas, verás que muchos de mis semejantes llevan impreso en sus rostros indelebles cicatrices de vetustas frustraciones.

—Juan, me gustaría hablar sobre tu hijo. Dime una cosa, ¿no sientes rabia porque haya venido a buscarlo tan pronto? ¿No sientes dolor? ¿No me odias como todos? ¿No piensas que he sido injusta?

—Muerte, te creía más sabia. Por momentos, cuanto más me preguntas, más me decepcionas, hasta me pareces humana. Mira, déjame decirte una cosa: yo no siento que tú me hayas quitado a “mi” hijo, el no era de mi propiedad, sino una hoja más del Gran Árbol que todos conformamos.

Es cierto que él había brotado de mí ser, eso no te lo discuto. También es verdad que había florecido en los poros de mi piel y que me llenaba de sentimientos buenos y de tibia ternura, pero también hay algo, Muerte, que debes saber y es que el aliento que lo hizo nacer y crecer y que a mí me sustenta, no es exclusivo de mi persona.

Por lo tanto, Muerte, no he sido yo su gestor ni su dueño, he sido simplemente el elemento mediante el cual la Vida se ha expresado.

Muerte, dime, ¿tú crees que puedo presumir de que algo realmente pueda ser de mi propiedad? ¿Existe alguna cosa o alguien que pueda hacerme sentir que yo soy su dueño?

¿No soy acaso, Muerte, una simple hoja de una pequeña rama del Gran Árbol, ¿y que un día cualquiera también caeré?

¿Y no será el vacío que provoque mi caída, el que permita que el Gran Árbol vuelva a florecer?

Y mi desintegración en la Tierra, ¿no será el elemento que posibilite mi regreso a la savia que alimenta al Gran Árbol?

Por lo tanto, Muerte, ¿no te parece absurdo que a causa de mi egoísmo intente detener las estaciones, calmar al viento y desviar al Sol de su camino? Y, además, Muerte, ¿quién soy yo para intentar detener este Ciclo Eterno en el cual existo?

Ahora soy yo el que desea preguntarte algo que he descubierto hurgando en el vacío de mi mente. ¿Qué crees que es el dolor para los seres humanos, Muerte? ¿Te lo has preguntado alguna vez?

Su dolor, Muerte, es simplemente la resistencia que ofrecen a la realidad, ¿puedes comprenderlo?

—¡Claro que puedo comprenderlo, Juan! Continuamente lo observo en sus rostros cuando vengo a recogerlos. ¿Sabes, Juan? Hubo ocasiones en las que he llegado a sentir pena por algunos de ellos al ver cómo sufrían al desprenderse de lo que creían que era suyo.

—Ya lo decía yo, Muerte. ¡Eres más humana de lo que pareces!

—Oye, ¿no te importa salir de este lugar, Juan? ¿Por qué no vamos a caminar un poco?

—¡Sí! Vamos, estaremos mejor.

@Juan Vladimir

Febrero 1999

 

 

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